En la opinión de Orquídea Elías
No podemos forzar a nadie a acercarse dónde tú quieres, solo puedes avisarle dónde estás y esperarle ahí mientras puedas… esa fue mi frase de inicio en uno de mis artículos favoritos, “Lo Intentamos”, y ahora, muchísimos meses después, sigo pensando lo mismo: ¡ESPERAR MIENTRAS PUEDAS!
Cuando escribí “Lo Intentamos”, estaba en un momento de incertidumbre, donde la esperanza me sostenía, pero también me hacía cuestionar si esperar valía la pena. En ese entonces, creía que el tiempo podría alinear los caminos, pero hoy entiendo que la espera no es pasiva; es un acto de amor propio y de respeto por los tiempos del otro.
Recientemente, hice una reflexión acerca de los amores y, para ello, realicé una revisión profunda en mí misma. Al hacerlo, me di cuenta de lo siguiente…
Amores que dejan huella
Algunos amores llegan sin aviso, con la ligereza de una brisa que apenas roza la piel, y otros irrumpen como una tormenta, transformando todo a su paso. No todos los amores están destinados a quedarse, pero algunos, aunque no tengan un desenlace esperado, logran instalarse en lo más profundo del alma.
Existen amores que no necesitan ser proclamados, que se entienden en las miradas, en los silencios compartidos, en la certeza de que en algún rincón del universo hay alguien que, aunque no esté a nuestro lado, sigue habitando en nuestros pensamientos. Son esos amores que dejan huella, que se llevan en la piel y en la memoria, que nos enseñan sin exigirnos nada a cambio.
A veces, el amor se encuentra en la magia de los instantes compartidos, en la facilidad con la que dos almas se reconocen sin esfuerzo. Y, sin embargo, hay ocasiones en las que el amor no es suficiente. No solo en ocasiones, sino todo el tiempo. Hay quienes aman con el corazón en llamas, pero tienen miedo de quemarse; quienes encuentran en el amor una amenaza a su libertad, sin darse cuenta de que el verdadero amor no encadena, sino que fluye.
Recientemente, una paciente me preguntó: ¿Cómo hacer para que alguien no deje huella en nosotros? ¿Usted alguna vez ha sentido eso, la huella de alguien? Guardé silencio por un momento y le respondí: No estamos aquí para hablar de mí, pero contestando tu pregunta, la respuesta es sí.
Ella había vivido un amor que la había marcado profundamente. No se trataba de un amor “tóxico” ni dañino, sino de aquel que, a pesar de la distancia y el tiempo, seguía presente en sus pensamientos. Le costaba comprender cómo podía seguir sintiéndolo cerca, aunque sus caminos se hubieran separado.
Conocí a alguien así. Con él todo fluyó sin esfuerzo, como si la vida nos hubiera colocado en el mismo camino sin necesidad de preguntar. Nunca hubo dudas, nunca hubo silencios llenos de incertidumbre, porque la certeza de ese amor era suficiente para iluminar hasta los días más grises. Sin embargo, hay amores que nacen en el momento equivocado, donde uno está listo y el otro teme perder lo que cree que le define. Y así, sin promesas rotas, sin despedidas abruptas, simplemente se fue quedando en la distancia, esperando su propio tiempo para entender lo que juntos podíamos haber sido.
A mi paciente le dije también: Debes recordar que un amor no te dará inseguridad; te dará paz y tranquilidad, incluso cuando no estén juntos. Y en ese momento comprendí que yo misma había aprendido esa lección; la interacción con persona producirá en ti paz.
El amor que deja huella es aquel que nos transforma, que nos cambia la mirada y nos muestra lo que es posible. Puede que no haya sido eterno, pero su impacto trasciende en el tiempo. No se mide en días, meses o años, sino en cómo nos hizo sentir, en lo que despertó en nosotros. Y puedo decir con certeza que su impacto fue enorme: en mi forma de ver la vida, de crecer emocionalmente, de transformar mis sueños, de admirar, de vivir sin peso y más liviana. Y, queridos lectores, ese impacto no lo tiene cualquiera.
La espera ha dejado de ser un anhelo pasivo y se ha convertido en una certeza. No espero con ansiedad ni con exigencias, sino con la convicción de que, si el destino nos vuelve a cruzar, será porque ambos hemos llegado a donde debíamos estar.
Este último pensamiento me recordó una estrofa de una de mis canciones favoritas de Vanessa Martí, Cuando no estabas:
«Cuando no estabas me quedé con mil recuerdos, una vida en blanco y negro, y el abrazo de una duda. Cuando no estabas extrañarte era mi oficio, no llamar, un sacrificio; no pensarte, una locura. Y ahora que estás aquí, ya no vuelvas a permitir, que nunca más vaya a revivir la tortura de cuando no estabas tú.»
Esta canción siempre me ha resonado porque describe exactamente esa ausencia que deja huella, el vacío que se instala cuando alguien que marcó nuestra vida ya no está. Me recuerda que, aunque un amor no se concrete, sigue siendo valioso por lo que significó y por lo que nos enseñó.
Porque hay amores que llegan, otros que se quedan, y otros que, aunque no puedan ser, nunca dejan de existir.
Con amor consciente O.E.




