MARGOT LEDERGERBER
La artista plástica alemana, radicada en Ecuador durante las últimas cuatro décadas y actualmente residente en Barcelona, inauguró el pasado 9 de octubre, Día de la Fiesta Nacional del Ecuador, su más reciente exposición titulada “Soy árbol” en el Consulado del Ecuador en Barcelona. La muestra, abierta al público hasta el 17 de octubre, reúne una serie de pinturas acrílicas y técnicas mixtas inspiradas en los árboles plataneros de la ciudad condal, cuyas ramas podadas anualmente se convirtieron en símbolo y metáfora de su reflexión artística.
“Soy árbol” surge de la contemplación y el asombro ante la naturaleza urbana. En estas obras, las ramas centenarias de los plataneros —radicalmente podadas cada año— evocan para la artista brazos amputados, órganos heridos que gritan hacia la luz. Sin embargo, lejos de centrarse en la mutilación, la propuesta visual se convierte en un canto a la resiliencia y a la energía vital que brota de la naturaleza, capaz de renacer una y otra vez.
“Cada trazo busca expresar la herida del árbol, pero también la obstinada energía de la vida que se nutre del sol”, explica la artista, quien concibe la pintura como una forma de meditación y de diálogo entre lo visible y lo interior.
Las obras invitan al espectador a detenerse y mirar con atención: entre las ramas entrelazadas se revelan universos de imágenes, formas y emociones que cada persona interpreta de manera única. Así, el árbol se transforma en espejo del ser humano, vulnerable pero perseverante, frágil y poderoso a la vez.
La biografía de esta artista es un viaje tan intenso y diverso como su obra. Nacida en Alemania, el amor la llevó al Ecuador, adonde viajó junto a su esposo, el ecuatoriano José Alberto Ledergerber, cruzando el Atlántico y el Canal de Panamá en un barco bananero. Aquel viaje de 18 días, acompañado por su hijo Andrés, marcó el inicio de una vida dedicada al arte y a los afectos.
Después de residir en Suiza, Colombia y Costa Rica, la artista se formó en talleres de figuras reconocidas como el muralista mexicano Ariosto Otero, el danés Per Kirkeby, el venezolano Jacobo Borges, la fotógrafa Rifka Rinn y el artista papelero Andreas von Weizsäcker, entre otros. De todos ellos heredó la pasión por el gesto, la materia y la experimentación.
Su primera serie pictórica, realizada en Bogotá, representaba cuerpos femeninos retorcidos y fragmentados, símbolos de una lucha interna contra la cosificación. Desde entonces, su obra ha explorado la fuerza del cuerpo, la memoria y la naturaleza, en formatos de gran escala y con un lenguaje propio de abstracción gestual.
A lo largo de más de 100 exposiciones internacionales, su trabajo ha sido presentado en Latinoamérica, Europa, Asia y África del Norte, y ha formado parte de bienales, proyectos de arte público y residencias artísticas. En Ecuador, donde desarrolló la mayor parte de su carrera, varias de sus esculturas monumentales forman parte del paisaje urbano de Quito y sus alrededores.
“Mi inspiración proviene de experiencias que me conmueven profundamente. Pinto para comprenderlas, como si cada pincelada fuera una meditación”, afirma.
Su obra, de gran carga simbólica y emocional, ha sido ampliamente difundida en televisión, prensa y revistas especializadas, consolidándose como una figura clave en el diálogo entre arte europeo y sensibilidad latinoamericana.
“Soy árbol” no solo es una metáfora de la naturaleza, sino también una declaración de identidad: un llamado a reconocer en las heridas la posibilidad del renacimiento, en la poda la promesa de nuevos brotes, en el dolor la energía transformadora del arte.






